miércoles, 9 de mayo de 2012

En las nubes...


Todo comenzó con una sonrisa, una sonrisa que me dedicó la chica de la que llevaba profundamente enmarado desde los 3 años. A ella se le había quedado enganchado el globo en lo alto de los columpios, y yo por primera vez en mi vida fui valiente y  dejé a un lado mi miedo a las alturas, trepe por el columpio, cogí el globo y se lo devolví.
Entonces ella me dijo que porque no bailaba con ella en el festival de fin de curso. Yo la dije que si muy emocionado, lo que ella no sabía es que yo bailaba peor que un delfín. Esperaba por lo menos que le resultase gracioso.
Me fui a casa dando saltos de alegría, aunque la verdad, sentía un cosquilleo en el estomago como si hubiera montado en barco y las tripas me quisieran salir por algún lado. ¿Serían las mariposas de las que todo el mundo habla?
Saque mi ropa favorita del armario, mi madre me decía que debía ordenarlo, y tenía razón porque estaba toda arrugada. Faltaban mis zapatillas de la suerte, esas con las que marqué mi primer gol con el equipo de clase. Llamé a mi madre para ver si sabía donde estaban, fue llegar ella y como por arte de magia aparecieron en el cajón.
Aun quedaba un mes para el baile pero yo ya tenía mil planes divertidos para hacer con ella.
Me había hablado de su perro en alguna ocasión, era un san bernardo. Decía que le divertía ir al parque de enfrente de mi casa y jugar con el las tardes enteras. Yo cada historia que me contaba me hacia el sorprendido, lo que no sabía es que la miraba desde la ventana y soñaba con ser algún día quien compartiera las tardes a su lado. Desde que la conocía sentía que mi vida era como un columpio, ella me daba el empujoncito que necesitaba para que todo se balanceara como debía. A veces entraban ganas de vomitar con tanto vaivén, pero con una sonrisa suya se pasaban.
Eran las 11 y media y no quería dormir, sabia que si cerraba los ojos dejaría de soñar con ella. Me negaba a cerrarlos pero poco a poco el sueño fue haciendo mella en mí.
Estaba en un coche de carreras, el más veloz de todos, ella estaba en las gradas animándome, todo parecía estupendo. Gane la carrera pero al salir del coche me di cuenta de que iba en albornoz, muchas veces había soñado que iba desnudo a clase pero lo del albornoz era nuevo en mí. Seguro que la profesora de religión le sacaba algún significado extraño, ella había estudiado psicología y no paraba de buscar el sentido a las cosas. Me dio una gran vergüenza que todos me vieran con esas pintas, estuve apunto de llorar, pero me dije, hay que sonreír en los momentos difíciles, así que subí a recoger el trofeo y todo el mundo me aplaudió. Me regalaron un vale para canjearlo en la tienda del circuito. Le compre el regalo mas chulo que encontré pero cuando iba a dárselo… sonó el despertador y no pude ver su cara de alegría.
Abrí la persiana y hacia un sol radiante, todo indicaba que seria un buen día. Desayune rápido y me fui corriendo a clase, tenía ganas de ver a Wendy. Pero ese día no fue a clase, me lleve una gran desilusión. Pero cuando pensaba que nada podía ir peor, la profesora dijo mi nombre y un ¿has hecho los deberes esta vez? ; Pero se me habían vuelto a olvidar, ayer pasé la tarde mirando como Wendy jugaba con su perro, y los deberes se quedaron sin hacer como otras tantas veces. La profesora me cogió de la oreja como si le divirtiera verme sufrir y me llevó al despacho del director.
Felipe era una persona seria, con un bigote negro y una gran nariz. Todo el mundo le temía en el colegio. Creo que ni los ordenadores interactúan con él.
Llamó a mis padres y les contó que últimamente estaba distraído, que no realizaba las tareas y que no podía continuar así. Les recomendó a mis padres una nueva terapia para aumentar la concentración de los alumnos que consistía en hipnosis. Que además era bastante divertido y daba buen resultado en muchos casos. Pero yo no quería hipnosis ni ningún otro método, lo único que necesitaba era que acabara ese día de perros y volver a ver a Wendy sonreír. Yo siempre había sido un buen estudiante, pero desde hacia tiempo solo pensaba en ella. Y como no hacerlo si brillaba mas que una estrella, si  bailaba como una hélice alocada, si junto a ella era capaz de todo, de ser el mas valiente, de dar un salto y bajarle la luna si me la pidiera. Su voz era dulce como la melodía de un clarinete, era la más graciosa y pizpireta del lugar. Sus padres acertaron al llamarla Wendy, ninguna otra chica me iba a hacer sentir un niño perdido y sería capaz de llevarme a nunca jamás. En sus ojos se podía observar el mar. El paso de los años no se atrevería a arrugar su piel, sería un pecado…. Y así me pasaría hablando el día entero alabando sus virtudes.
Mi madre que de esto sabe un rato, al verme sabia perfectamente lo que me pasaba. Ella pensó que tampoco necesitaba ninguna terapia ni nada de eso. Solo me dijo que confiará en ella que todo saldría bien.
Llegue a casa y me senté en la ventana para ver si Wendy aparecía por el parque esa tarde, pero pasaba el tiempo y ni rastro de ella. Mi madre había planchado mi ropa para el baile y me había dejado mis zapatillas listas, me dijo que me las pusiera, pero las tenía reservadas para el baile. Al rato me llamo para merendar pero tampoco tenía hambre, me insistió tanto que tuve que bajar. Olía a tortitas, mi comida favorita, pero ni así me entraban ganas de tomar nada. Pero al llegar a la cocina, allí estaba ella, Wendy estaba en mi cocina, no imaginaba un plan más divertido que estar con ella. Le dije ¿confías en mi?, a lo que respondió afirmativamente. Así que subí al cuarto de baño y cogí un par de albornoces baje de par en par las escaleras le agarre de la mano y le dije, póntelo, me miro con cara de incredulidad. Le conté mi sueño, y le dije que ese día comprendí que había que disfrutar de la vida, volverse locos, reírse de uno mismo. Y que porque esperar al baile, si podíamos bailar siempre que nos apeteciera. Nos pusimos los dos el albornoz y salimos al parque a bailar como si nos fuera la vida en ello. En ese momento éramos felices no nos importaba lo que pensara la gente. Unos bichos raros.
Pero a todo pastel le falta la guinda, y cuando ya empezaba a anochecer la acompañe a su casa y la besé. Para ese instante no tengo palabras. Solo puedo decir que sentí como si se parara el mundo por un instante.
Desde ese día ya no la observo desde la ventana, prefiero divertirme con ella y su perro, o inventarnos nuevas historias que hacer. 
Desde que estoy con ella saco buenas notas en todo. Tengo el armario mas ordenado (mi madre se lo merece) y me siento mas feliz. Seguramente si llaman a mi casa no esté, si me quieren encontrar miren en las nubes.

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